… He luchado con todas mis fuerzas contra esa
necesidad de otorgar sentido a mis obras. Me di
cuenta de que, al buscar desesperadamente un
mensaje o un propósito elevado, en realidad
limitaba mi expresión. Dibujaba no para
comunicar una verdad absoluta, sino para
explorar la ausencia de ésta.
Mi trabajo comenzó a reflejar esa lucha interna.
Pintaba formas que nunca pretendí definir,
colores que no buscaban resonar con ninguna
emoción específica, estructuras que desafiaban
toda expectativa racional. Cada cuadro era una
batalla ganada contra la tiranía de un significado
preestablecido.
A medida que me sumergía en la creación, sentí
una liberación tremenda. La ausencia de un
sentido concreto se convirtió en un vasto campo
de posibilidades infinitas, donde cada observador
podía testificar una experiencia única y personal.
No se trataba de entender, de racionalizar; se
trataba de sentir, de ser impactado por el caos
ordenado de la ausencia de sentido.
La libertad que sentí al dejar de lado las
exigencias del significado fue como romper
cadenas invisibles que hasta entonces me
habían atado. Descubrí que en la aparente falta
de sentido reside una libertad pura, una
independencia que permite a la obra de arte
existir simplemente por lo que es, un estallido de
materia y forma, independiente de cualquier
intención exterior.
Así, continúo creando, no como un predicador de
verdades, sino como un catalizador de
experiencias, un facilitador de encuentros
inesperados entre la obra y quien la contemple.
Mi misión es recordar al mundo –y a mí mismo–
que a veces, el verdadero trabajo del artista no
se encuentra en lo que se puede definir, sino en
lo que se escapa a toda definición.