En mi búsqueda como artistas, he intentado explorar cómo el arte puede ser una
herramienta poderosa para cuestionar y reconfigurar las estructuras sociales. Este
enfoque parte de la idea de que las prácticas estéticas no son entidades aisladas
sino sistemas de relaciones que reflejan y potencialmente transforman las
dinámicas sociales. La obra de arte, en este sentido, se sitúa como un espacio en el
que se pueden revisar y desafiar las estructuras de poder, generando diálogos que
trascienden las barreras tradicionales.
La concepción del arte como una forma política de interacción me lleva a
considerar cómo las diferentes configuraciones espaciales pueden alterar nuestras
percepciones y roles dentro de la experiencia artística. Al crear obras que no se
presentan como objetos cerrados, sino como escenarios abiertos a la participación
activa, propongo un enfoque en el que el espectador se convierta en co-creador de
significado. Este acto de participar y reconfigurar la obra resalta la importancia de
desmontar las jerarquías tradicionales entre el creador y el receptor, sugiriendo
una democratización del conocimiento y la experiencia estética.
En este contexto, la obra de arte no se reduce a su capacidad de evocación
lingüística; más bien, se convierte en un campo de juego semiótico en el que se
desarticulan las certezas del lenguaje. Al utilizar materiales y técnicas como la
distorsión de telas, busco enfatizar la inestabilidad inherente del significado, un
enfoque que se centra en la imposibilidad de fijar un solo entendimiento de la
realidad. La multiplicidad de pliegues y superficies invita a una exploración
continua y a la renuncia de una interpretación única, reflejando así una realidad
que siempre es múltiple y subjetiva.
La relación entre la estética y la realidad no es meramente representativa sino
performativa. Al proponer configuraciones artísticas que desafían las narraciones
dominantes, el arte tiene el potencial de convertirse en una práctica crítica que
cuestiona las estructuras de poder hegemónicas y propone nuevas formas de ver.
Al generar ficciones alternativas, se crea un espacio de resistencia donde es
posible inventar futuros diferentes y más inclusivos, mientras se desafía
constantemente la normatividad del relato oficial.
En última instancia, mi trabajo busca abrir un diálogo sobre la naturaleza misma de
la realidad y nuestro papel en su creación y perpetuación. La deconstrucción de las
narrativas establecidas invita a una relectura continua, no para encontrar una
verdad definitiva, sino para aceptar la riqueza de una interpretación inacabada. La
obra se convierte en una plataforma desde la cual cuestionar, desafiar y, en última
instancia, reinventar las relaciones entre el arte, la sociedad y el individuo. A través
de esta práctica, aspiro a que el arte no solo refleje el mundo, sino que participe
activamente en su transformación crítica.